Historias de recreativos: El gitano del RoboCop
Mi infancia me recuerda a
Cinema Paradiso; si sustituimos el cine por unos recreativos, a
Alfredo por el gordo con riñonera que te daba el cambio, y las fantásticas composiciones del maestro
Morricone por temas de
Camela y del
Máquina Total.
Sinceramente, estos recuerdos me generan una gran nostalgia. Los recreativos o "las máquinas", como yo los llamaba, eran un antro de mala muerte, caldo de cultivo de enfermades por descubrir, y la famosa "universidad de la calle" de todos esos que ahora lo tienen puesto en su formación en
Facebook. Aunque diría que tiene más caché que haber estudiado en la
UCAM. Si existieran a día de hoy, a mí me daría miedo entrar ahí. A mí, y seguramente al ejército de los
Estados Unidos también, pero entonces era un crío que no se daba cuenta de lo que sucedía alrededor, solo me importaba jugar; y además, se trataba de un ecosistema muy particular donde socializar con la excusa del vicio. Es una pena que las nuevas generaciones se hayan perdido esta maravillosa época, donde las nuevas tecnologías y los quinquis se fusionaban.
Allí pasé muchas tardes desde los 7 a los 12 años aproximadamente. Jugaba, conocía gente, me hacía con las reglas del sitio, su propia jerga, el olor a chotuno, los tipos de individuos que los visitaban y cómo no, las cientos de anécdotas que podían ocurrir en tan pintoresco lugar. La historia que viene a continuación está basada en hechos reales.
Era una tarde como cualquier otra, y a pesar de no tener dinero decidí acercarme para mirar. Yo era de los que disfrutaban viendo cómo jugaban los demás; algo que también me permitía aprender nuevas técnicas que luego pondría en práctica.
Al rato de estar allí se acercó un gitano que conocía de vista. Nunca supe el nombre de ninguno. Para mí eran gitano1, gitano2, gitano3...etc, excepto uno que era el gitano bizco, al cual no hacía falta numerar. Obviamente, nunca los llamé así en su cara, al menos si quería seguir comiendo turrón duro con mis propios dientes. Del mismo modo, ellos tampoco sabían los nuestros. Nosotros para ellos éramos "tú", "primo" y "dame cinco duros".
Tras saludarnos me preguntó si jugábamos a algo. Mi cabeza lo tradujo como: saca dinero, dámelo, y si veo que tal, quizá hasta te deje mirar. Le dije la verdad. A lo que él respondió:
"no te preocupes, te invito yo" (te invito yo, te invito yo, te invito yo..., se supone que aquí es cuando resuena varias veces la frase con eco y un fade out al final).
Mi cara era un poema. Estaba esperando que en cualquier momento apareciera
Juan y Medio con un ramo de flores, me abrazara y me dijera que era una inocentada, y que aquel gitano era en realidad
Arévalo disfrazado como gancho. Se rumorea que originalmente
Hércules sólo tenía que llevar a cabo un trabajo: que un gitano lo invitase a una partida. Viendo que era algo imposible, se lo cambiaron por doce recados más asequibles, como capturar a
Cerbero o matar a la
Hidra.
Mientras me reponía del shock, él me preguntó a qué jugábamos. Viendo que la cosa iba en serio, le propuse jugar al
RoboCop 2 de
Data East. Aunque parezca extraño se podía jugar a dobles, ya que había dos
RoboCops disponibles.
Antes de echar el dinero (todavía seguía mirando de reojo por si aparecía
Juan y Medio) me preguntó qué
player (jugador) quería ser. Me sorprendió mucho el detalle. Una regla no escrita de los recreativos es que quien echa el dinero, siempre es el primer jugador. Le cedí a él ser el protagonista, ya que era lo más justo.
Aunque conocía el juego y no se me daba mal, yo me temía lo peor: que hiciera lo que le diese la gana, se le acabase el dinero rápidamente y me echara la culpa a mí. Como los políticos, aunque estos lo hacen con TU dinero. Pero lo que sucedió a continuación fue algo más propio del realismo mágico que de un recreativo de mala muerte: el grado de compenetración que tuve con el gitano no lo he tenido con nadie en mi vida. Puede que lleve 50 años casado y me entienda menos con mi mujer que con aquel tipo.
Él era consciente de que yo estaba más familiarizado con el juego que él y me hizo caso en todo. Sabía colocarse perfectamente, cuando cubrirme las espaldas, era habilidoso y también un buen estratega. Me llegó al alma cuando apareció energía, le dije que la tomase porque iba peor que yo y me respondió:
"no, cógela tú que le darás mejor uso que yo". Estaba claro que de haber sido una bicicleta no hubiera dicho lo mismo.
Un detalle curioso es que él iba comentando la partida con todo tipo de observaciones muy ocurrentes como: "
ven aquí que te viá pelá" (dirigido a un punky y obviando el mullet que él mismo llevaba), "
¡ay!, que se te cala el coche payo" (cuando tienes que detener la furgoneta). La cuestión es que si tuviera un canal de
Youtube sería la persona con más suscriptores del universo.
Me llamó mucho la atención la admiración que parecía profesarle a
RoboCop. Pensándolo seriamente, de existir en la vida real, no sería algo recíproco. Es más, probablemente le metería varios balazos entre ceja y ceja. Ni "modo arresto" ni ná. Y puede que para mí también hubiera caído algo por estar jugando con él.
Poco a poco fuimos avanzando y se nos unían curiosos y espectadores para contemplar a aquella pareja que se entendía tan bien. Yo me lo estaba pasando pipa, al igual que todos los presentes, pero nada es eterno y llegó el momento fatídico en que lo mataron. Me dolió más que si hubiéramos combatido codo con codo en
Vietnam. No veía el momento de informar a la pobre madre y a todos los primos de la desgracia. "
Señora, su hijo ha caído en combate pero murió como un héroe". El detalle de que había pagado él prefería omitirlo. Ya había bastante dolor en esa familia.
Justo en ese momento le tocaba poner sus iniciales y observé como se quedaba petrificado mirando esos símbolos extraños. Se reincorporó, pulsó los botones sin pensar e introdujo AAA. Los listos dirán que no sabía ni leer. Yo quiero creer que se llamaba Amador Álvarez Alonso.
Le pregunté si quería seguir con mi crédito. Me contestó que no, "que esa era mi partida". Esa frase me llegó al corazón. En aquel instante empezó a jalearme y vitorearme. Me sentí más arropado que nunca. Tenía que darlo todo por él. Quizá era el dinero de otro chaval, al que se lo había "tomado prestado" antes de hablar conmigo, pero había decidido apostar por mí.
Lamentablemente no conseguí acabar el juego, aunque llegué bastante lejos. Al acabar la partida nos miramos fijamente. Una mirada de afinidad, de trabajo bien hecho. Un destello salió de su ojo (aprovecho para recordar que este NO era el gitano bizco). Estrechamos la mano. En ese momento nos habíamos convertido en
jugadores de sangre. Éramos la pareja perfecta.
Muchos os preguntaréis si volvimos a jugar después de aquella experiencia. La respuesta es no. ¿Por qué? Porque yo nunca lo invité a él. En realidad, el verdadero gitano de esta historia SOY YO. Este giro de guion no os lo esperabáis. Coincidimos algunas veces más, nos saludamos, charlamos pero nunca salió de mí devolverle aquel gesto.
Respecto a él, le perdí la pista hace mucho tiempo. Pero por lo que me han informado, parece que aquella partida le marcó para siempre. Ahora, al igual que
RoboCop, es un héroe de metal. Él es
RoboCobre.