Mi vida laboral era bastante asquerosa, salvo una vez que curré probando videojuegos. Quitando esa experiencia, todo fueron los típicos trabajos de almacén, de vendedor o de comercial. Ganaba mucha pasta, pero no quería estar toda mi vida con un traje arrastrándome por una comisión. No me gustaba en absoluto.
Entonces apareció un trabajo en un CPD. Siempre me había gustado la tecnología, desde que tengo uso de razón, así que me puse muy contento y no dudé en dejar mi trabajo de entonces. Cobraría una tercera parte de lo que ganaba como vendedor, pero no tenía gastos así que aposté por entrar en el mundillo en el que siempre había querido estar.
Y al principio era flipante. Aprendí un montón, vi máquinas que sólo conocía por las revistas (en aquella época devoraba todas las que os podáis imaginar) y toqué por fin esos trastos que tanto molaban y que tanto misticismo tenían alrededor. Yo con veinte años tocando una Sun, un zSeries o montando cartuchos en un robot. No me lo podía creer, casi podía decir que estaba cumpliendo un sueño.
Poco a poco me fueron metiendo en proyectos mas grandes, viajé por medio mundo y seguí aprendiendo. Seguía en una nube, seguía feliz. Años después, varias carambolas me hicieron acabar con un jefe con el que más de una vez estuvimos a punto de acabar a puñetazos. Me estanqué, me amargué y casi lo mando todo a la mierda.
Conseguí salir de esa situación, pero a costa de mucha más responsabilidad, que implica tener que saber cosas que me gustaría no haber sabido nunca, tener que dar nombres cuando hay recortes y tener que estar 24/7 disponible, todos los días del año. Vacaciones, bajas o lo que sea, mi teléfono suena casi a diario.
Y al principio se lleva, más o menos. Pero al tercer fin de semana que tienes que dejar a tu familia tirada por cualquier mierda que pasa, te quemas. He perdido la cuenta de las veces que he prometido a mis hijas ir a cualquier sitio y, cuando estábamos saliendo por la puerta, he tenido que dar media vuelta y abrir el portátil.
Y así todas las semanas, una tras otra... Y entre semana en la oficina broncas y más broncas.
Vamos, que muy contento y tal.