Respuesta: THE GIRL WITH THE DRAGON TATTOO / MILLENIUM: LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJERES de David Fincher
Si la acción de The Girl With The Dragon Tattoo se hubiera trasladado a suelo norteamericano, y siempre que David Fincher hubiese deseado mantener una correspondencia geográfica con sus precedentes, el punto de ubicación más coherente lo tendríamos en aquella San Francisco paralizada ante la idea de penetrar en esos sótanos donde se ocultan los miedos elementales. La consecuencia de no identificar al mal, es que la duda empujará a tu mente a residir en ese espacio oscuro eterno. Bien lo sabe Henrik Vanger, recluido en una isla congelada en el tiempo. Lugar desolado para inmigrantes, con atmósfera de exilio existencial, un sótano para una sociedad moderna muy distinta a aquella que aún soñaba con la utopía hippie.
En la necesidad de retomar, ahora en retrospectiva, una investigación ya profusamente narrada e inconclusa, se encuentra el aspecto más prescindible de la película. La trama deductiva avanza ahora rápida y superficialmente, un repaso cuya única función es la de aportar el apéndice que faltaba. Lisbeth pone el matiz diferenciador.
Hay quien caprichosamente ha querido ver en la secuencia de créditos una absurda referencia o transgresión bondiana, quizás por tener en el reparto a Craig. Desde el diseño cyber-punk hasta las
claves que integran el video musical, se refleja el compromiso con esta obra y la exclusividad para con su protagonista femenina. Una dulce Rooney Mara víctima a manos del realizador de ese impulso nihilista de
destruir algo hermoso, convertida en un personaje definido por estar al borde de lo sobrenatural (aquí no esta presente el contexto fabulador que acompañaba a Benjamin Button), y por la posición subordinada en su relación con Blomkvist. Fincher concede dignidad icónica al animal guardián que no mata sin obtener permiso y que demuestra su confianza dejándose acariciar el lomo. Una imagen totalmente alejada de cualquier reivindicación heroico-feminista.
A medida que Blomkvist recaba información sobre Harriet, la vida cotidiana de Lisbeth (un eco presente de la de Harriet), se desarrolla en paralelo en una primera hora perfectamente estructurada. Basta con fijarse en la manera en que Fincher narra el momento culmen de la violación. Lo más sugerente de estos minutos se encuentra en el paréntesis aparentemente banal protagonizado por Blomkvist que se produce durante el abuso. Al clavar Lisbeth la mirada en su mochila (su salvación al estar con una cámara registrando la escena), Fincher corta abruptamente (incluyendo score), y nos muestra el puente que lleva a la isla Vanger, que fue a su vez la posibilidad de escape de Harriet. En la cabaña, Blomkvist oye “Lux Æterna” en su iPod mientras ojea la biblia, intentando sintonizar con la desaparecida a través de ese ambiente religioso creado. La escena pertenece a Harriet, Blomkvist actúa de intermediario para que podamos oírla. Afuera, el gato expuesto al frio, golpea la ventana (en respuesta a esto y tras el sexo entre ambos, Lisbeth le preguntará
“do you want me to open a window?”).
Harriet ha conseguido sobrevivir negando lo ocurrido, usurpando otra identidad. Lisbeth cubre sus heridas no para ocultarlas, sino en busca de una transformación. Bajo el disfraz de la normalidad (Harriet), Lisbeth ni siquiera necesita atrapar a sus víctimas, ellas
cerrarán la puerta. A pesar de tratarse de un producto maligno engendrado por un sistema maligno, su falta de corrección condena a Lisbeth a la marginalidad en un mundo que ha aprendido a aceptar la perversidad (fundamental el diseño de sonido del film, cubriendo actos y arrebatos viscerales), y a convivir con un mal más refinado que ella, ese que antes de actuar se hidrata las manos.