Re: The Happening (El Incidente), lo nuevo de Shyamalan
CRÍTICA por José Arce
Un fantasma, un superhéroe, un marciano, un monstruo y una sirena. Estos elementos recurrentes del género han sido utilizados por el genial M. Night Shyamalan en sus últimas películas —nos referimos a su producción a partir de "El sexto sentido" (1999), por tratarse del inicio de su gran eclosión comercial internacional—, personajes que sirven como pintoresca excusa para presentar tremendas tragedias acerca de la soledad, la pérdida de la inocencia y, en definitiva y de manera ineludible, la fragilidad interna y externa del ser humano. Sin embargo, la considerable catástrofe de crítica y público de la injustamente denostada "La joven del agua", su último trabajo, le colocó en una compleja situación de cara a la industria. Por eso, que triunfe en su regreso aun renunciando en cierto modo a la esencia de su obra anterior —especialmente en lo tocante al tempo narrativo—, es una estupenda noticia.
Algo extraño acosa Nueva York. Una ola de suicidios sin motivo aparente se expande a lo largo y ancho de la urbe, una furia incontrolada que no distingue edad, credo o posición social. Ante semejante panorama, las autoridades comienzan a planificar la evacuación del centro de la ciudad. Pero cuando empiezan a aparecer casos en otros estados, cunde un pánico global, un miedo inevitable hacia lo desconocido... En primer lugar, hay que señalar que “El incidente” cuenta con uno de los más demoledores arranques argumentales del cine reciente; un prólogo brutal, gélido, rodado y presentado con una perfección técnica y estética que mantiene en tensión al espectador, hipnotizado ante lo que contempla. Pero resulta un tanto extraño, es inevitable, semejante despliegue de mecánica —y morbosamente fascinante— violencia, un planteamiento alejado de las propuestas previas del realizador indio, en las que optaba, durante la práctica totalidad del metraje, por la intuición y la sugerencia por encima de la exposición. Y es que estamos ante un Shyamalan nuevo, distinto, que prefiere en buena medida articular un espectacular thriller destinado a un público mayoritario, tal vez inquieto ante un posible —y, a la postre, premonitoriamente definitivo— rechazo de una taquilla no acostumbrada a los sentidos, elaborados y escalofriantemente sensibles trabajos de este cineasta irrepetible.
Pero es éste también el gran triunfo de la película. Porque sobre las bases de un libreto estructuralmente más sencillo, en el que la división narrativa más clásica y lineal emerge evitando vericuetos más complejos y retorcidos, el maestro de ceremonias difumina lecciones magistrales que logran que la tensión visual se apodere de cada minuto de una historia en la que el hombre sucumbe ante la constante amenaza de un entorno silencioso, un marco mudo y hostil en el que tan sólo el susurro del viento anticipa un ataque inminente. Cada escena se planifica con mimo, con un saber hacer que armoniza la brutalidad y el lirismo; soberbio director de actores —lo viene demostrando a lo largo de toda su filmografía—, se muestra sobradamente capacitado a la hora de convertir la inocencia, tema recurrente de su ideario cinematográfico personal, en una muestra contundente y universal del amor más cándido imaginable: ahí están las dudas de Alma (Zooey Deschanel), que chocan frontalmente con la inquebrantable sencillez del talante abierto y pasmosamente sobrio y sincero de Elliot (Mark Wahlberg), un matrimonio joven sometido a vacilaciones más propias de dos niños que de una pareja adulta y consumada.
A su alrededor pulula una humanidad desesperada incapaz de asimilar lo que acontece, atrapada en una situación extrema que les lleva a alejarse y acercarse los unos a los otros continuamente. Ternura, horror, afecto, pasiones primigenias que emergen en un contexto letal pero apacible, una vez discernidas las pautas básicas sobre las que opera esta tremenda revolución natural. Este lienzo es, y al tiempo no es, hermano de los anteriores retratos de la esencia humana dibujados por un cerebro creador capaz de turbar nuestro ánimo a su antojo, de llevar nuestras emociones de un lado a otro con pasmosa facilidad. Finaliza la proyección, y nuestra mente sigue atrapada en un mundo fantástico, personal y fabuloso. Puede que haya capitulado un tanto, pero lo ha hecho con valor, y sigue siendo igualmente necesario en el sumiso panorama creativo que nos está tocando vivir.
(
http://www.labutaca.net) ****