Julio Valdeón Blanco desde Nueva York:
Camino por el Upper West Side rumbo a los AMC Cinemas, no lejos de la estatua dedicada a Verdi, que está en su pedestal negro, granítico, rascándose el mentón, perfumado por el verdín de las palomas. Compruebo que han chapado el viejo bar, que su letrero de neón, el más antiguo de Manhattan, ha sido desmantelado. No hay sentimentalismo en las traseras económicas de una ciudad adicta a la piqueta, efervescente de revoluciones, golpes de grúa y arquitectos fashion. Más allá, frente al cine, la renovada Juilliard School apunta hacia Broadway su hocico telegráfico, los cristales suspendidos sobre la acera, un armazón de acero y vidrio como un balanceo de alta tensión que te sacude el alma.
Poco antes de comenzar la película nos calzamos las gafotas. Te invade una sensación proustiana, un flashazo a infancia recuperada, a juego fugaz y saludable, a coña con sentido. Lo corroboras nada más arrancar: Up, parida por Pete Docter y John Lasseter, confirma el dulce estado de Pixar.
'Ratatouille' fue la exuberante respuesta a quienes consideraban que una cinta sobre ratas gastrónomas ambientada en París fracasaría. Cumbre de la animación, del cine a secas, descorchaba ternura, concentrada en la figura crespa, inteligentísima y expectante de un roedor superdotado en los fogones; de paso, declaraba amor eterno por la ciudad mágica de Vallejo. Después llegó 'Wall E', homenaje especial al cine mudo que sólo por sus 15 primeros minutos ya hubiera merecido reverencias por parte de Charles Chaplin o Buster Keaton. Antes, eh, nos alegraron con joyas del calibre o munición de 'Toy Story' (la tercera parte se estrenará en junio de 2010), 'Monstruos S.A.', 'Los Invencibles', 'Buscando a Nemo', etc.
Reconozco que la crítica de Manohla Dargis para 'The New York Times' me tenía pelín mosqueado. Acusaba a Pixar de caminar siempre entre el gran arte y la comercialidad, insistía en que a cada bocanada de grandeza le sucede una toma a tierra, un guiño convencional a los espectadores menos delicados con vistas a no perder clientes. Algo no funciona. Tan intuitiva señora y el arribafirmante hemos visto dos obras distintas, o será que tengo el gusto abotargado, embrutecido, que me conformo con que una película me hechice visualmente mientras, de paso, me ofrece emociones genuinas, mordiscos de realidad, arañazos de esos que queman en el pecho.
Y sí, 'Up' combina las reflexiones sobre la frustración, la pintura de la decrepitud y la vejez con escenarios típicos del cine de aventuras, con la manoseada fórmula de las persecuciones. ¿Qué querían, acaso que una película de tropecientos millones sea pasto de festivales y salas minoritarias, a estrenar sólo en el Village? Todo en 'Up' derrocha ingenio, estilo y sabiduría. Es entretenida, claaaaro, y apta para cualquiera que no tenga necrosado el coco, sea cual sea su edad, condición física, Rh sanguíneo, color de ojos o credo. Indaga sobre los sueños arrasados y sus flores podridas, sobre la insospechada redención que uno puede encontrar a vuelta de unos globos, posee aroma a cine clásico.
Técnicamente irreprochable, 'Up' no abusa del (espectacular) 3D. Ha sido levantada sobre un guión poderoso. Nunca baja el pistón. Combina de forma irreprochable las imágenes más líricas, la poesía más descarnada, con el escalofrío de unas persecuciones que ya las quisieran para sí el noventa por ciento de los 'blockbusters'.
Cuenta la historia de un anciano que ha perdido a su esposa, de una pareja que no hizo realidad sus sueños, sus fantasías viajeras, que consumió días y noches, años, abrigada por un amor claro, macizo y profundo. Al morir ella, con el hogar rodeado de excavadoras como una suerte de Fort Apache, al viudo sólo le restará mascar el ajado relumbrón, agitar el sonajero de los recuerdos, agonizar a plazos con las fotos del matrimonio.
Hasta que un arrebato de ira, y la aparición de un niño, lo empujen a iniciar el viaje más fantástico, esa exploración al Sur que aplazó siempre y que en su vivificante singladura le recordará que Innisfree estaba muy cerca. Que la tierra prometida palpita en la compañía de los otros, de los que amamos, en la mirada atónita de un crío parlanchín, en la descacharrante fidelidad de un perro aún más locuaz, en el grito de guerra de un pájaro multicolor e imposible. Y tú, o sea, yo, cualquiera, con nuestras gafas de carnaval, ridículos, pasmados y felices, con las defensas quebradas, bañados del sol, despatarrados en la butaca, viajamos con ellos y nos preguntamos una y mil veces si lo que ves es posible, si no habrás consumido algún psicotrópico, si realmente, carajo, puede una película para niños ser tan jodidamente buena. Y lo es. Vaya que sí.
http://www.elmundo.es/elmundo/2009/05/3 ... 04343.html