Un director con garantía y en imparable ascenso acometiendo la adaptación (compleja, todo hay que decirlo) del estupendo relato
La historia de tu vida de
Ted Chiang. Pinta cojonudo. Uno se sienta en la butaca y durante hora y media goza mientras se dice “
joder, esta en una de las pelis de ciencia-ficción más grandes de la historia”. Y entonces un chino y una niña con cáncer te derriban el monumento y te desnudan al rey mostrando sus miserias: puro artificio que traiciona el cuento original, está mal explicado, oculta un venenoso mensaje provida y busca un único y mundano propósito: los Oscar de Hollywood.
Lo primero es la puta niña con cáncer terminal, ahí, agonizando en el hospital con sus tubos y sus dolores. Porno emo. Vivimos tiempos abyectos en los que no se puede matar niños en las películas. Antes a los niños
los mataban bien muertos, como debe de ser, mientras hoy… ¡alto ahí! ¡mejor que no! ¡quita eso que se nos puede caer el pelo! Así es, pero con una única excepción: si los niños mueren de cáncer y la película es de llorar, entonces sí, puedes matar a los que te dé la gana, y mejor si hay violines. ¡Cáncer y violines! Alzo mi espada y parto en cruzada contra tamaña hipocresía. Además, en el cuento de Ted Chiang no hay hija menor rapada y pálida dando los últimos estertores sino mujer de 35 pereciendo en accidente de montaña.
Ese cambio muta y convierte la historia en otra cosa. No es ya que una madre que conoce el futuro acepte tener una hija que morirá y no se plantee la anticoncepción ante ese destino sino el tema de la muerte digna. ¡Líbrala al menos de la agonía hospitalaria de sus últimos días! Pero no, el mensaje pro-vida está ahí, disuelto como droga en el Colacao. ¡Si! ¡Ya sé! ¡Ese no es el sentido de la historia! ¡No he entendido nada! ¡Esto va de que aprender un lenguaje extraterrestre modifica el cerebro! ¡La percepción del tiempo deja de ser lineal y se hace simultánea! ¡No hay nada que hacer porque el futuro es un recuerdo! ¡La paradoja de Fermat aplicada a lo temporal! Sí. Lo sé. Me he leído el cuento. Pero en el cuento nadie decide y actúa para modificar la línea temporal, porque no se puede, y en la película sí. Primero los extraterrestres, que vienen porque en el futuro necesitarán a los humanos, algo que no está en el original como tampoco está el chino. El puto chino del futuro que susurra al oído lo que hay que decir al puto chino del pasado para salvar a la humanidad. Una acción que busca evitar algo, algo que no evitará la madre trayendo al mundo a una niña con cáncer a la que encima no librará de la agonía hospitalaria sabiendo que va a palmar. Por eso la abandona el marido, porque no le ha dicho nada, y el marido se divorcia porque es cabal y no un miserable como el del cuento, que se enrolla con una jovencita y se larga. “
¡Lo del chino es una paradoja temporal!”, me dicen algunos. “
¡Ya sabes como son las historias de viajes en el tiempo!” Sí. Lo sé. Pero es que esto no es una historia de viajes temporales, es una historia sobre la percepción del tiempo modificada por el lenguaje (gran tema el del lenguaje en la ciencia-ficción, hay unas cuantas obras maestras por ahí). La historia que se adapta es algo muy diferente a un viaje temporal con sus paradojas y demás, y el puto chino es un viajero temporal que lo cambia todo para que la decisión de tener una niña con cáncer sea consciente y asumida.
He pasado varios días investigando la identidad del guionista. ¿Queréis saber la verdad? ¿Seguro? Os la han metido doblada. Es un seudónimo de
Albert Espinosa. Me lo ha susurrado un chino del futuro.