«Había dormido, pero aún quedaba mucha luz en el cielo», Jorge Luis Borges.
Daredevil Born Again es un final, la última historia de un superhéroe. Pero, ¿cómo se escribe el final de una historia que no tiene final, porque propiamente no es una historia? Los superhéroes son series, no novelas, y su lógica narrativa es muy distinta de la del drama clásico estructurado en tres actos: presentación, nudo y desenlace. En una serie, cada episodio es una célula completa que contiene toda la información necesaria para sobrevivir por sí misma, y que al mismo tiempo porta una carencia que nos obliga a buscar el episodio anterior y el posterior -y luego los siguientes- para subsanarla. Es decir, la serie es un modelo perfecto de literatura de consumo. Podríamos decir que para los superhéroes, el verdadero nudo está en su presentación -su origen- y que viven al borde de un desenlace perpetuo, un desenlace que siempre está a punto de llegar, pero que no llega, como un abismo que se elude continuamente. Y, sin embargo, el problema del fin era algo que se planteaba de forma urgente en el cómic de superhéroes de 1986, en un momento en que parecía que la ingenuidad infantil de los héroes míticos se derrumbaba bajo el peso del escepticismo postmoderno hacia los grandes relatos. De pronto, ya no nos podíamos creer aquello. Parecía que estaba todo hecho. El modelo se había agotado.
Los dos primeros autores que acudieron a dar una respuesta al dilema fueron el británico Alan Moore y el norteamericano Frank Miller. Daredevil Born Again, de Frank Miller y David Mazzucchelli (con el color de Richmond Lewis y Christie Scheele) es contemporáneo de Batman The Dark Knight Returns, del propio Miller (con Klaus Janson y Lynn Varley). Unos meses después llegaría Watchmen, de Moore, Gibbons y Higgins, y a principios de 1987 Batman Year One, de nuevo con Miller, Mazzucchelli y Lewis. Estos títulos fueron cruciales para la reinvención del superhéroe, con una reformulación completa como no se había conocido desde 1961 con Fantastic Four 1. La coincidencia hizo que se asociara a Moore y Miller como los dos máximos representantes de una estrategia común. Nada más lejos de la realidad, pues uno y otro eran completamente opuestos. Moore nos explicaba por qué teníamos que dejar de leer tebeos de superhéroes; Miller quería convencernos de que teníamos que seguir haciéndolo.
De todas estas obras capitales, sólo Daredevil Born Againreinventó el cómic de superhéroes dentro del modelo ortodoxo, sin recurrir a universos paralelos o ediciones especiales, sino insertándose en la continuidad de la historia canónica del personaje. Al fin y al cabo, Born Again es sólo los números 227 a 233 de Daredevil. Pero es mucho más que eso, claro.
Todo está cifrado en el traje, el elemento más crucial y decisivo para definir a un superhéroe. Michael Chabon ha observado que, «como el ser que lo lleva, el disfraz del superhéroe es, por definición, un objeto imposible. No puede existir». Pero estamos en los 80, ¿cómo nos van a interesar las cosas que no existen, cuando sólo nos interesa el mundo material? (O eso cantaba Madonna). Esa tensión entre lo imposible y lo posible es la que recorre Born Again. ¿Cómo podemos hacer posible lo imposible? ¿Cómo podemos creer en el superhéroe? ¿Cómo podemos creer en un tío que va vestido con un traje que es, por definición, un objeto imposible que no puede existir?
Al comienzo de Born Again, Matt Murdock está desnudo y solo. Es lo que es, en su grado mínimo. Cuando su vida salta por los aires, víctima de las maquinaciones de su archienemigo Kingpin, recoge los restos del traje de entre los escombros de la casa. Son los jirones de su antigua vida, y no le abrigarán durante el vagabundeo que va a emprender a la intemperie. Antes de recuperar su traje, necesitará purgarlo, librarse de su dominio irracional, que tanto le estaba perturbando ya antes del ataque de Kingpin. El exorcismo de la identidad secreta (su recuperación, después de haberla perdido al inicio de la historia) se escenifica en un combate singular entre Matt Murdock y Daredevil. Éste es un psicópata a quien Kingpin ha mandado a matar al mejor amigo de Matt vestido con el traje del superhéroe. Cuando Murdock le somete, está sometiendo a todo lo malo y absurdo que ha representado la división de su personalidad en el pasado. Recuperar el traje es recuperar la condición de superhéroe: hecho eso, ni siquiera lo necesita para presentarse ante el superhéroe que sólo es un traje, que esencialmente es un traje y que, por tanto, es el superhéroe quintaesencial: el Capitán América. Ahora es Matt Murdock y es Daredevil a la vez. Ahora, y no de nuevo, sino por vez primera en su vida. En la última escena, Daredevil está vestido como una persona, y ya no está solo.
Born Again tiene los pies en la tierra, lo cual es mérito de David Mazzucchelli, que hace una síntesis del paradigma narrativo y visual clásico del comic book americano y lo lleva hasta tal extremo que, finalmente, no es capaz de seguir por ese camino. Después de Born Again y de Batman Year One, Mazzucchelli abandonó el cómic de superhéroes y emprendió un largo viaje a través de la reflexión sobre el medio y la enseñanza, que le ha llevado a desembocar en una de las novelas gráficas más ambiciosas de los últimos años,Asterios Polyp. Efectivamente, por ese camino no se podía ir más allá de Born Again, y Mazzucchelli no era de los que buscan el éxito repitiendo fórmulas. En el momento en que pisó la cumbre, empezó a planear otra expedición.
Es el peso y la tridimensionalidad que Mazzucchelli otorga al mundo de Born Again lo que lo separa de Sin City, cuya semilla es fácil de rastrear en esta obra. Pero lo que Miller elaboraría posteriormente en una retórica idealizada de género negro romántico y excesivo, Mazzucchelli lo ata siempre a un mundo de cemento y saliva, por el que transitan personas adultas, las más adultas que se han visto nunca en el comic book americano. Como Ben Urich, el testigo implicado, el punto de vista humano, que servirá después como inspiración para que Kurt Busiek y Alex Ross armenMarvels, el más descarado intento de recuperación de la vieja esencia heroica durante la década siguiente.
Insólita es, también, esa Karen Page espeluznante en su indestructible fragilidad. Born Again, como tantos cómics de aquel momento en otras partes del mundo (pienso ahora enTaxista de Martí y en RanXerox de Tamburini y Liberatore) sería impublicable hoy en día. Nuestra moderna moral conciliadora sólo lo admite como brutal resto antropológico de cuando se podía decir y dibujar cualquier cosa. Incluso en el tebeo mensual de grapa de Daredevil.
El mundo al que Mazzucchelli ata la historia es el mismo Nueva York babilónico de las mejores películas de Scorsese, una ciénaga fragante donde un hombre bueno -el último hombre bueno- tiene que descubrir si de verdad se puede ser bueno en la gran ciudad. A la hora de la verdad, ¿estaremos a la altura? ¿O el Señor nos juzgará fallidos? Y sí, pensar esto es de locos si no te has criado con la catequesis de los domingos como Matt Murdock, de acuerdo. Pero, ¿entonces no hay locos buenos y locos malos?
La densidad de tramas y la credibilidad de los personajes deBorn Again parece presagiar la ficción audiovisual del siglo XXI. Es un drama polifónico como Los Soprano o The Wire que no concluye -y esto es algo insólito en el cómic de superhéroes de todos los tiempos- con un enfrentamiento físico con el villano. Matt Murdock devuelve a Kingpin los golpes recibidos en la misma moneda en que los ha cobrado: a través del escándalo, a través del rastro de contactos corruptos y «la pista de papel»: todo está conectado. Al fin y al cabo, Kingpin es inmune al daño físico, como es inmune a la moral. Sólo le afecta la economía. Como el gángster descrito por Enzensberger, es el mafioso como manifestación del capitalismo. En un sentido estricto, Kingpin ni siquiera es el mal. Es el sistema.
Por eso, el héroe sólo puede ser un rebelde antisistema, un individuo que se niega a someterse al compromiso. Foggy Nelson es contratado por Kingpin, Matt Murdock pierde la licencia de abogado, es decir, el permiso para operar dentro del sistema. Pero al perderla, gana. Es la herencia del objetivismo de Ayn Rand que le llegó a Miller a través delSpiderman de Steve Ditko.
Pero en el otro extremo del espectro espectacular, Born Again también se anticipa al cine de superhéroes del siglo XXI, el cine que por fin ha entendido los superhéroes, donde Robert Downey Jr. aporta una textura a su papel de Tony Stark que nos hace creer en el traje imposible, ese problema irresoluble durante décadas para la gran pantalla. Si Matt Murdock podía ser Daredevil vestido con vaqueros, entonces tal vez habría esperanza para un actor vestido con chaqueta de cuero. De pronto, los X-Men de Bryan Singer tenían sentido y detrás de ellos una legión asaltaba el castillo. Lástima que el propio Daredevil no fuera uno de ellos.
Curiosamente, resulta por el contrario difícil relacionarBorn Again con los cómics de superhéroes de hoy en día. Con su viaje heroico, que va desde lo humano a lo épico, desde lo personal a lo colectivo, desde el suceso a la catástrofe, casi parece más fácil deslizarlo entre tres o cuatro recomendaciones de novela gráfica. Al fin y al cabo, también es contemporáneo del Maus de Art Spiegelman, la obra que prendió la chispa del cómic adulto de nuestros días. Pero ésa, aunque también es una historia digna de contarse, es otra historia.
Nuestra historia, la historia que contábamos hoy, es, no nos olvidemos, la historia de un final. La historia de un final que no puede ser un final porque una serie no tiene final, como decíamos. ¿Cómo se cuenta entonces ese final? De la única manera posible: contando un principio. Renovando el mito, continuando el ciclo eterno, prolongando el apocalipsis en el origen, porque toda crisis es la muerte de algo y el principio de otra cosa. El último episodio de Born Again, en el que aparecen los Vengadores -en su formulación más exacta: Capitán América, Thor, Iron Man-, está dedicado a Jack Kirby. La dedicatoria funciona como un broche dorado, el epitafio de toda una época. Daredevil Born Again es la culminación del modelo Marvel iniciado por Stan Lee y el propio Kirby, y también Ditko, a principios de los 60, el modelo que planteó por vez primera que había un hombre dentro del héroe, y que en su último capítulo acabó por contarnos que lo que había de verdad era un héroe dentro del hombre.
Texto publicado originalmente en Daredevil: Born Again (Panini, 2010).