13/09/2012
Born Again
by
El tio berni
La editorial norteamericana
IDW ha publicado recientemente un libro de gran formato dentro de su serie Artist Edition que recoge la saga completa de
Daredevil. Born Again de
Frank Miller y
David Mazzucchelli. Como sabéis, dicha serie ofrece los cómics no tal y como se publicaron, sino tal y como se dibujaron, presentando fotografías de los originales a su tamaño original. La presente edición, cuenta además con un prólogo de Mazzucchelli en el que recuerda cómo surgió la colaboración y el método de trabajo empleado durante la realización. Aquí tenéis la traducción al castellano.
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La culpa es de Frank.
Aunque yo era aficionado al cómic de toda la vida, hacia 1980 había dejado prácticamente de comprar tebeos. Estudiaba en la Rhode Island School for Design, pasando de la ilustración a las bellas artes y tratando de hacerme creer a mí mismo que algún día querría dedicarme a algo distinto de hacer cómics. Pero esos números de
Daredevil que traía mi compañero de piso cada mes eran demasiado seductores. Inspirándose en autores como
Will Eisner,
Jim Steranko y
Quinn Martin, este recién llegado, el tal Miller, había revigorizado el cómic de superhéroes, imbuyéndolo de una mezcla oscura y vertiginosa de suspense y melodrama. Me enganché.
Conocí a Frank un par de años después, tras terminar mis primeros lápices para
Marvel… un trabajo para el que estaba deplorablemente mal preparado. Estaba visitando las oficinas de
Marvel y
Louise “Weezie”
Simonson me puso en contacto con su marido, Walt, un alumno de la RISD. (Weezie fue la editora que generosamente me dio mi segundo trabajo, después de todo un año de presentar nuevas páginas de prueba para demostrar que de verdad había aprendido algo). Walt, que por aquel entonces compartía un espacio de trabajo amplio con
Jim Sherman,
Howard Chaykin y Frank bajo el lema “Upstart Associates”, tuvo la deferencia conmigo de dejar de lado el trabajo que se suponía que debía hacer (
Star Slammers, si no recuerdo mal) para echar una ojeada a mis precarias páginas y darme algunos consejos profesionales.
Frank estaba en su sitio, hablando por teléfono. “Habla mucho por teléfono”, dijo Walt. (Poco podía imaginarme yo que un día sería yo quien estuviera al otro lado de la línea). Acababa de terminar su último número de
Daredevil, ese en el que DD trata de explicarse a sí mismo frente a un Bullseye paralizado mientras le apunta a la cabeza con una pistola (siempre pienso en este como el último número del
Daredevil de Frank porque, como más tarde él mismo me dijo, después de escribirlo ya no podía imaginarse a Matt Murdock haciendo otra cosa que irse a casa, colgar el traje rojo y ser un abogado defensor por el resto de su vida), y estaba empezando a trabajar en
Ronin. Junto a algunos papeles en el suelo, junto a su tablero de dibujo, descansaba una copia de
Amazing Spider-Man #51… el primer
comic book que mostró a Kingpin en portada, y uno de los primeros
comic books que recuerdo haber leído cuando era niño.
Un año después de esa reunión, habiéndome redimido ya con algunos trabajos realmente profesionales, me ofrecían trabajo como dibujante regular de
El Hombre sin Miedo. ¿Me atrevería? La huella de Frank en el título todavía estaba caliente y las comparaciones serían inevitables. Ojalá no hubiera enviado esas tres páginas de Daredevil entre mis muestras…
Echando un vistazo al libro.
Cualquiera que conozca mi trabajo del principio estará de acuerdo en que mi curva de aprendizaje durante los dos siguientes años describió un arco ascendente. Las historias de
Daredevil eran bastante estándar dentro de los parámetros superheroicos, pero yo les daba todo lo que tenía. Excavando en la historia del personaje, mi dibujo era una mezcla no siempre consistente de artistas que habían dejado su marca en él (o en mí), incluidos
Joe Orlando,
Wally Wood, Jazzy
John Romita, Miller y
Klaus Janson. Y, por supuesto,
Gene Colan, cuyo estilo era el que más se aproximaba a mis propias aspiraciones por aquel entonces. Ganando confianza con cada número, allá por los primeros meses de 1985 ya me sentía listo para hacer algo capaz de hacer volar por los aires la portada del tebeo.
Y entonces sucedió algo gracioso.
Frank Miller se convirtió de nuevo en el guionista de
Daredevil. (Una señal para la portada de tebeo explosiva).
Para mi sorpresa, Frank recordaba nuestro primer encuentro y había seguido mi progreso desde entonces. Vivíamos en extremos opuestos del país por aquel entonces, de manera que toda nuestra colaboración se llevaría a cabo a través de conversaciones telefónicas y fotocopias. Frank parecía más que un poco dispuesto a destruir al personaje que no hacía demasiado había llevado desde la segunda fila hasta la prominencia. A medida que describía sin tomar aliento su trama para nuestro primer número, empezó a estar claro que era demasiado y demasiado rápido, que los hechos que estaba describiendo funcionarían mejor si sucediesen en dos o tres números. Ahí fue donde la colaboración empezó de verdad, lanzando y recibiendo ideas sobre el ritmo, la estructura de la historia y las estrategias visuales, y dando entidad a las relaciones entre los personajes y sus papeles en el marco general de la historia. (También estaba la cuestión de alterar y reescribir el número anterior –entonces en progreso– para preparar el escenario de lo que íbamos a hacer).
Desde el primer día, Frank me trató como a un igual, a pesar de que él era uno de los creadores mejor considerados del cómic
mainstream y yo era todavía, básicamente, un chaval con un talento por domesticar. Nuestro método de trabajo típico era algo así: teníamos una larga conversación sobre la idea de Frank para el siguiente número, generalmente con una llamada subsiguiente si a él o a mí se nos ocurría algo que pudiera mejorarla. (La más memorable de esas llamadas subsiguientes fue cuando Frank tenía dificultades para discurrir como presentar en la historia a la mucho tiempo atrás perdida madre de Matt. “No quiero que sea enfermera”, dijo, “porque mi madre es enfermera”. A finales de esa semana cogí el teléfono y le escuché –está vez literalmente sin aliento, porque había vuelto corriendo a casa para llamarme– decir, “¡Es monja!”. Curiosamente, en ese mismo número una enfermera le rompe los dedos a Urich). Después, Frank mecanografiaba un guión completo. Cuando yo lo tenía en mis manos, manteníamos otra larga conversación, revisando cada página para ver si era necesario algún cambio. Luego yo lo dibujaba todo a lápiz y, cuando Frank recibía esas fotocopias, volvíamos a hablar por teléfono. Por eso es por lo que decidimos no separar los créditos en guionista y dibujante; porque aunque técnicamente yo no hice el guión y Frank no dibujó, yo contribuía con ideas para la trama, la caracterización y la narración (como la sucesión de primeras páginas que trazan el descenso de Matt), mientras que Frank describía el contenido de cada viñeta en su guión.
Una página original junto a la página finalmente publicada.
Por supuesto, todas esas páginas de guión y dibujo pasaban por la oficina del editor
Ralph Macchio antes de volver a nosotros, pero en su mayor parte permanecían inalteradas. Parecía haber consenso en que Frank y yo sabíamos lo que hacíamos. Recuerdo que me contaron que en una reunión editorial que tuvo lugar cuando ya llevábamos algunos números,
Jim Shooter, que la presidía, se quejó de que algo que habíamos hecho para el siguiente número no se mostraba de forma tan explícita como a él le hubiera gustado.
Archie Goodwin (el entrañable
Archie Goodwin) nos defendió diciendo (en su tono calmo habitual, estoy seguro), “¡Ha eso se le llama escritura artística!”. A menudo Frank hacía que pareciera fácil. Ver cómo trabajaba los detalles del origen de Daredevil en cada número siempre era una delicia (recuerda, esto es antes de que hubiera recopilaciones), y todavía me encanta la manera en que le dio la vuelta al lema clásico de DD, con Kingpin diciendo, “Un hombre sin esperanza es un hombre sin miedo”. Además de ser un guionista habilidoso, Frank también era un veterano en lo que respecta a las fechas de entrega. Viendo que yo corría peligro de quedarme un poco atrás con mi trabajo, ideó una secuencia para abrir un número que consistía básicamente en viñetas en negro durante cinco páginas. Como narración, era fascinantemente atractiva; como guión de cómic, era un regalo.
Aunque puede que hoy en día Frank sea más conocido por el trabajo que ha hecho en solitario, creo que disfrutó de verdad trabajando con otro autor (y estoy seguro de que sus otros colaboradores dirían lo mismo). Nos lo pasamos tan bien haciendo esta historia, que a veces sospecho que nos emocionamos más debido a las reacciones del otro (“¡Ya verás cuando David lea esto!” “Ya verás cuando Frank vea
esto!”) que debido a cualquier otra cosa, aunque en todo momento éramos conscientes de que había unos 400.000 fans que no podían esperar a tener cada nuevo número en sus manos. No salió mal.
Otro par de páginas del libro de IDW.
Cuando vuelvo a mirar las páginas que dibujé hace veintiséis años, espero que me rechinen. Al fin y al cabo, yo sé mejor que nadie lo que hice bien, cuándo tomé atajos, y cuánto he mejorado como dibujante. Pero cuando preparaba las páginas para este libro no pude evitar leer la historia de nuevo, y encontré algo sorprendente. A pesar de las frecuentes composiciones de viñeta raras, la anatomía inventada y las cabezas inexplicablemente pequeñas, estas páginas
duelen. Esto es, sentía en algún lugar de mis entrañas cada golpe, cada humillación, cada revés, y cuando Matt se recupera y rescata a sus amigos (en un número frenético), la victoria se siente como merecida. Frank quería contar una historia angustiosa, un relato a menudo oscuro, con la redención como objetivo, y me empujó a encontrar maneras de expresar los trastornos emocionales que se desarrollaban página a página, a imitar estilos y aproximaciones en consonancia con el tono cambiante… en otras palabras, a hacer el trabajo principal de un narrador: hacer que el lector sienta lo que los personajes sienten.
Nunca te lo perdonaré, Frank. Gracias.
David Mazzucchelli
Febrero, 2012
Extraído de:
http://www.entrecomics.com/?p=79294