Os juro que a día de hoy no sabría ni yo contaros qué pasó. Y él seguramente tampoco. Sí os puedo decir que fue una época donde él y yo teníamos una sociedad que hizo mucho ruido en el mundo del cortometraje. Al ser jóvenes (sobre todo de ambiciones) y pretenciosos (sobre todo yo) empezamos a entrar en un bucle de Y YO MÁS absurdo que acabó en dimes y diretes. Él con su gente y yo con la mía. Entonces nos apartamos el uno del otro. Personalmente no tuvimos ningún problema jamás, al contrario. Lo pasábamos muy bien. No recuerdo ni una sola pelea por un tema personal, de hecho. Siempre era lo mismo.
Y luego, Antonio es (o era) como yo (en mi caso sí era, lo solucioné), muy dado a largos mails que se malinterpretaban en cuanto a tono.
Fuego y gasolina...,y al final el edificio ardió. Me consta que nos ha ido bien por separado y creo que tanto él como yo aprendimos mucho de lo bueno y de lo malo de aquella etapa. Yo aún hoy en día pongo en práctica muchas enseñanzas de entonces. Tuve dos años muy pretenciosos que vinieron después y que me cambiaron del todo en, precisamente, el final del proyecto que nos separó a Antonio y a mí al principio: Cortópolis, un festival referente en el mundo de los festivales de cortometrajes en Kinépolis.
Toda esa etapa fue una de las que más me hizo entender muchas cosas y la que, al terminar, me hizo querer que el festival, con todo lo que había sido, ardiera. A día de hoy, contrariamente, agradezco su existencia porque me enseñó más cosas que mi madre.
Gracias, Cortópolis.