Harkness_666
Son cuatro
En la casa, de François Ozon
Ozon recicla lugares comunes del cine francés (intimidades de un matrimonio de clase alta, drama social sobre el sistema educativo) y los une en un thriller sobre un extraño que se adentra amenazador en la vida de una familia muy normal.
El resultado, un mecanismo meta-narrativo hilado con gancho desde el principio, con algún recurso cutrón (ese montaje inicial), una música tirando a machacona… pero bien engrasado, a modo de perversión del típico film “inspirador” gabacho. Narración cuyo tema es el propio arte de narrar, comedia negra sobre la escritura y el proceso de creación, además de juego del gato y el ratón entre docente quemado y resabiado (cual Allen franchute), confiado en su superioridad... y adolescente no tan inocente, generando dudas entre lo real y lo inventado. Que encima da pie a múltiples temas; la mujer florero y sus aspiraciones rotas, los problemas laborales del padre de familia, la homosexualidad en edades difíciles… por no hablar de la ¿sátira? del arte contemporáneo y sus imposturas; a la vez que ésto es criticado, se ve como inevitable la subjetividad de lo contado o representado, la mirada de cada uno como condicionante del sentido de cualquier obra.
Como motor de la trama y sobrevolando todo el tinglado, el voyeurismo, el inevitable morbo y afán por saber más que también compartimos los espectadores, que conduce a un final carente de todo moralismo; los dos son idénticos en su obsesión por escarbar en vidas ajenas, por iluminar lo que ven y participar en ello, en su anhelo de algo más. La familia burguesa, la desestructurada y la acomodada, las matemáticas y las letras, el arte de vanguardia y los clásicos de la novela; muchos contrastes que dan forma al relato (por cierto, mujeres insatisfechas, petimetres con ocultas aspiraciones, etc. son motivos muy habituales de esa gran literatura realista decimonónica… un realismo que aquí lo trasciende el humor, el personaje que irrumpe en una escena que le cuentan. Así, poco tiene que ver el asfixiante laberinto narrativo del muchacho con la ingenua, unívoca obrita sentimental del profe, que acaba siendo su auténtica víctima y objetivo (¿la curiosidad mató al gato?). Es en su rutina mortal, en su propia vida frustrada donde nos acabamos colando, una vida que quizá es más mentira que las ficciones que le ofrece el joven, las cuales no hacen sino desenmascarar la cruda realidad.
Ozon recicla lugares comunes del cine francés (intimidades de un matrimonio de clase alta, drama social sobre el sistema educativo) y los une en un thriller sobre un extraño que se adentra amenazador en la vida de una familia muy normal.
El resultado, un mecanismo meta-narrativo hilado con gancho desde el principio, con algún recurso cutrón (ese montaje inicial), una música tirando a machacona… pero bien engrasado, a modo de perversión del típico film “inspirador” gabacho. Narración cuyo tema es el propio arte de narrar, comedia negra sobre la escritura y el proceso de creación, además de juego del gato y el ratón entre docente quemado y resabiado (cual Allen franchute), confiado en su superioridad... y adolescente no tan inocente, generando dudas entre lo real y lo inventado. Que encima da pie a múltiples temas; la mujer florero y sus aspiraciones rotas, los problemas laborales del padre de familia, la homosexualidad en edades difíciles… por no hablar de la ¿sátira? del arte contemporáneo y sus imposturas; a la vez que ésto es criticado, se ve como inevitable la subjetividad de lo contado o representado, la mirada de cada uno como condicionante del sentido de cualquier obra.
Como motor de la trama y sobrevolando todo el tinglado, el voyeurismo, el inevitable morbo y afán por saber más que también compartimos los espectadores, que conduce a un final carente de todo moralismo; los dos son idénticos en su obsesión por escarbar en vidas ajenas, por iluminar lo que ven y participar en ello, en su anhelo de algo más. La familia burguesa, la desestructurada y la acomodada, las matemáticas y las letras, el arte de vanguardia y los clásicos de la novela; muchos contrastes que dan forma al relato (por cierto, mujeres insatisfechas, petimetres con ocultas aspiraciones, etc. son motivos muy habituales de esa gran literatura realista decimonónica… un realismo que aquí lo trasciende el humor, el personaje que irrumpe en una escena que le cuentan. Así, poco tiene que ver el asfixiante laberinto narrativo del muchacho con la ingenua, unívoca obrita sentimental del profe, que acaba siendo su auténtica víctima y objetivo (¿la curiosidad mató al gato?). Es en su rutina mortal, en su propia vida frustrada donde nos acabamos colando, una vida que quizá es más mentira que las ficciones que le ofrece el joven, las cuales no hacen sino desenmascarar la cruda realidad.