Como el domingo, por fin, podré ir a ver "The Hateful Eight", he aprovechado para "homenajear" a nuestro hombre revisando los dos volúmenes de "Kill Bill". La verdad es que las dos películas me han crecido en la revisión, sobre todo la segunda, a la que recordaba con algún problema de ritmo y alguna dilatación evitable. Sin embargo, ambas me han convencido plenamente. Uno entiende perfectamente todas las decisiones de Tarantino, y así en la segunda la referencia a Leone es notabilísima no sólo en el uso de la música y en los elementos spaghetti, sino también en su determinación de alargar escenas, plantar la cámara ante el rostro de sus personajes y extraer de ellos toda la mítica posible haciendo que respiren y se expresen tomándose su tiempo. A lo que hay que añadir un romanticismo desarmante y un código de honor férreo corrompido en ocasiones y que tortura a sus personajes. El final de Bill es tan emotivo y elegante... tan doloroso. El honor de Bill a la hora de morir, la caricia de la Novia en la mano de Bill, los soberbios diálogos entre ambos con todo el dolor de la separación, de la ruptura ("te lloré durante tres meses"), de la negación... Ese Michael Madsen grandioso como cowboy venido a menos, humillado en su trabajo, pero al que le queda su poder y un recoveco para conservar lo que una vez fue (la espada Hattori Hanzo)... Ese Michael Parks indicando a la Novia el paradero de Bill porque es la única manera de que Bill tenga el placer de volverla a ver... Ese Bill que es un GRAN romántico despechado...
El primer volumen es un encaje de bolillos estético y lúdico, muy intenso y gozoso, pero el segundo es un paso hacia adelante... hacia otra cosa, más reposada pero curiosamente tan contundente o más que el primer volumen.