Qué parado está esto y mira que han pasado cosas interesantes.
Primero de todo,
@Dave Mustaine, que vaya muy bien por Italia este fin de semana. Deja el pabellón bien alto que en esto del trail eres el crack del foro pero sobretodo pásatelo bien.
Os pego el tocho que escribí tras correr Boston:
Para entender lo que significó Boston para mí y el porqué del devenir de la prueba requiere retroceder muchos meses atrás, tantos como a marzo de 2018.
Finaliza la marató de Barcelona para el que entrené como nunca lo había hecho, récord de kilómetros y sobretodo muchos entrenos de calidad con muchas series, algo que casi no suelo hacer, y que me lleva a conseguir la ansiada mínima para participar en Boston. Todos quieren correr en NY pero el que se considera maratoniano, sabe que el verdadero maratón, el histórico, el que mantiene la mítica intacta es Boston.
Dejo al cuerpo descansar un par de semanas y vuelvo a los entrenamientos con rodajes muy suaves pero al segundo o tercer día noto que algo no está bien. Empieza como una leve molestia en mi tobillo izquierdo que no me impide correr de forma suave acompañando a los amigos en el corte inglés pero en Bombers el cuerpo dice basta. La molestia ya es un dolor intenso y visito al fisio de confianza. El diagnóstico: tendinopatía del tibial posterior.
Parada obligatoria y ejercicios en casa, no me queda otra. Pienso para mí que esto en 2 semanas está resuelto. Las 2 semanas se convierten en un mes, 2 meses… y llego hasta el punto de perder la confianza en mi fisio. Decido visitar a otro especialista y me confirma el diagnóstico. Tras varias sesiones infructuosas vuelvo a mi fisio.
Los meses siguen pasando y llega agosto. En la piscina del pueblo leo “Reyes del asfalto” que habla de las míticas batallas entre Alberto Salazar y Bill Rodgers y no hace más que hacerme desear poder correr en Boston. Y en octubre como vino, el dolor se fue. Así, sin avisar. Empiezo a entrenar muy poco a poco y consigo completar el Correbarri.
Resulta que estaba inscrito a Valencia desde marzo así que pensé que aunque no pudiera completarla entera podría acompañar a Carolina la segunda mitad. Empiezo a entrenar con ella y en la marató del Mediterrani noto una leve molestia en el otro tobillo, el derecho. 4 días después la acompaño en la cursa de l’Amistat y al acabar sé que no podré correr en Valencia. Vuelta al fisio: bloqueo del astrágalo que me impide dar 2 zancadas seguidas.
Y así hasta llegar al punto de no retorno que me había impuesto, el 1 de enero. Si ese día no podía empezar a correr debería decir adiós al sueño de Boston. Ese día consigo completar 5 kilómetros sin apenas molestias pero con la moral hundida. He engordado 7 kilos y estoy muy lento. Corro con miedo a lesionarme de nuevo y con la confianza por los suelos.
Me planteo un plan de entrenamiento de mínimos de 14 semanas con 4 para coger un poco de forma y 10 para entrenar el maratón propiamente dicho. Parto de 0. En la última semana de la puesta a punto me hago una contractura en un cuádriceps que me tiene una semana parado. Primer mazazo y una semana menos. Vuelvo a los entrenos y tras 2 semanas nuevo contratiempo, el tobillo vuelve a molestar. Otra semana perdida.
La inseguridad y el miedo a una recaída son constantes durante todo el plan de entrenamiento. La confianza anda bajo mínimos pero por fin consigo encarrilar 4 semanas seguidas sin molestias. Me pongo a dieta y empiezo a bajar peso a la vez que el cuerpo comienza a reaccionar positivamente al entrenamiento y eso empieza a animarme. Y llega el momento de viajar a Boston, con 6 kilos menos y sólo 600km entrenados, pero con la “seguridad” de tener un mínimo de posibilidades de llegar a meta.
Llega el momento de hacer la mochila con todo lo necesario y hacia el aeropuerto de madrugada en bus. Quería hacer un viaje low-cost intentando gastar casi exclusivamente lo necesario. El vuelo lo había comprado en septiembre a muy buen precio con escala en Amsterdam a la ida y en Atlanta a la vuelta. Me alojaría en el Hi-hostel y desde ya puedo decir que fue una decisión acertadísima. Compartí habitación con 6 personas (4 de ellos también corrieron) y hubo muy buen rollo. El precio para ser un hostel no era tan económico como cuando corrí en NY pero tenía un factor determinante: localización. A 5 minutos andando del lugar en el que se cogen los buses para ir a Hopkinton y a otros 5 desde que sales de la zona de meta.
El mismo día que llegué ya me fui de turismo por la tarde. Visita imprescindible a Harvard y el MIT, imponentes ambos lugares. El viernes quedé con Víctor, Judith, David y Vanesa y recorrimos juntos el Freedom trail. Cuando les dejé camino de Cambridge no pude evitar ir a hacer una primera visita a la expo. Recogida de dorsal sin ninguna cola y a comprar la celebration jacket. Como la S de chico tenía las mangas muy largas y abiertas acabé comprándome la M de chica, que tenía las mangas cerradas y me quedaba como un guante.
El sábado más turismo. Aprovechando el weekend pass del tren (10$ con viajes ilimitados a cualquier zona) fui a Foxborough, a visitar el Hall of fame de los New England Patriots ya que soy un gran seguidor. Por la tarde cambié el suroeste por el nordeste y visité Salem. Muy turístico pero me pareció una población muy bonita. El domingo comida con los compañeros correcats y tarde de relax y descanso para lo que se avecinaba.
Y llegamos al Patriots Day. Mientras desayunaba en el hostel miraba por la ventana y el panorama era desolador. Una tormenta de las que asustan de verdad. A pesar de que a los de la primera ola nos recomendaban coger el bus de 6 a 6:45 decidí acudir más tarde. Si el tiempo iba a ser así de malo quería tener que estar el mínimo tiempo posible en el village esperando la salida. Salí del hostel bien tapado y con una capelina del maratón de Barcelona y al llegar al bus tuve que esperar bajo la lluvia casi 10 minutos antes de montar. A esas alturas ya llevaba los pies chorreando, por suerte llevaba unos calcetines de repuesto.
El tiempo era tan malo que lo que normalmente es un trayecto de unos 50 minutos se convirtió en casi hora y media. Llegué al village media hora antes de empezar y afortunadamente ya no llovía ni tenía pinta de que lo volviera a hacer. Sin tiempo que perder me quité el chándal, me sequé los pies y me puse los calcetines secos. Ya en tirantes directo a la salida del village y paseo de casi un kilómetro hacia los corrales de salida. Es una sensación muy extraña. Vas caminando entre casitas y los vecinos están en su jardín animándote mientras te diriges hacia ellos.
Justo cuando estoy llegando a los corrales suena el himno de EEUU y todo el mundo se detiene en silencio. En el mismo momento en el que cantan la última palabra sobrevuelan nuestras cabezas entre las nubes dos cazas con un sonido atronador. Gallina de piel, de esos momentos que se te quedan grabados para siempre.
Entro a mi corral, el 8, y soy consciente por primera vez de que no es un sueño, estoy ahí, en la salida del maratón de Boston. “Welcome to Hopkinton. It all starts here”. En ese preciso instante, rodeado de todos los corredores, rompo a llorar.
Dan la salida y enseguida empezamos a avanzar posiciones. En menos de 4 minutos estoy a punto de empezar la carrera. Enciendo la cámara que estuve a punto de dejar en la habitación por el mal tiempo (menos mal que me la jugué) y casi sin tener tiempo de asimilarlo cruzo la línea de salida. No puedo evitar emocionarme pero hay que llegar a Boston, si no todo el esfuerzo no habrá servido para nada.
Primer km de bajada muy pronunciada pero intento retenerme mucho. El objetivo es que los parciales de 5k hasta llegar a las Newton Hills sean más o menos de 25 minutos. Una vez allí aflojar todo lo que sea necesario, incluso andando si hace falta, para una vez pasada la Heartbreak Hill volver a subir el ritmo en las últimas 5 millas “favorables”. Llego al km1 y me sorprende que estén marcados todos los puntos kilométricos, y entonces pum, un pedazo repecho. Son sólo 200m pero es toda una declaración de intenciones. Bienvenido a Boston.
La cosa discurre con normalidad pero al tercer kilómetro empiezo a notar que algo no va bien en mi tobillo derecho. Es una sensación extraña. A veces me molesta la parte trasera y a veces la delantera. No me puedo creer que me esté sucediendo esto. Intento evadirme de las molestias mirando el paisaje y poco a poco empieza a suceder algo que se me había pasado por la cabeza que pudiera ocurrir. Al salir del penúltimo corral de la ola e ir más lento del ritmo al que se supone que debe correr alguien que sale de la ola 1 me encuentro casi solo a la altura del km5. La siguiente ola no sale hasta 30 minutos después así que fui “paseando” casi en solitario más de 20 kilómetros.
Por suerte las molestias desaparecen por el km 8 y puedo rodar ya con normalidad. Primer parcial clavado en 24:59, segundo en 25:26, tercero en 25:59. Parece que todo está en su sitio y casi voy marcando los tiempos que me había propuesto. Y con un parcial de 25:52 llego al km 20, el Wellesley College. Hay que correr Boston para vivirlo en persona porque es indescriptible lo que se siente allí. Antes de llegar ya estás escuchando los gritos de los cientos de chicas que están allí animando con sus carteles, reclamando un beso.
Alargo el brazo y empiezo a chocar todas y cada una de las manos. Es curioso pero no me arranco a dar ningún beso, me entra vergüenza (a estas alturas de la vida) hasta que una chica a lo lejos me señala y se apunta con el dedo índice en la mejilla. Pues nada, allá que vamos. Carcajadas de las amigas y adiós vergüenza. Sigo corriendo y otra que quiere beso. Pues nada, un beso para ti y otro para tu amiga ya que estamos, todos en la mejilla eso sí. Miro el reloj y voy a 4:25 cuando llevo toda la carrera por encima de 5. Menudo subidón con el cachondeo que tienen allí montado.
Paso por la media en 1:47:45 y el último parcial ha sido de 25:38. Todo está saliendo de fábula y ahora toca afrontar la parte “más dura” de la carrera. El que se supone debe ser el kilómetro más rápido lo hago a 5:05 lo que no augura nada bueno. Llego a Newton y empieza a alcanzarme la gente de la segunda ola, algo que sabía que sucedería tarde o temprano. Se le suma la enorme humedad que llevamos padeciendo desde el inicio, la alta temperatura y que las nubes han dado paso a un sol inclemente. Es la tormenta perfecta. La cosa viene en mal momento ya que se avecina la primera colina que subo reservando pero a buen ritmo. Tramo de llano y al llegar a la segunda colina, en el km 28, sin saber cómo ni por qué no hay fuerzas.
Es algo que sucede sin que te des cuenta. El continuo sube y baja va machacando tus piernas poco a poco y entonces, en el momento en que más falta te hacen, ya no están. Todos nos empecinamos tanto en centrar nuestra atención en esas 5 millas (de la 16 a la 21) que no nos hacemos a la idea de lo traicioneras que son las 16 millas iniciales. Las gráficas de altimetría no son capaces de mostrar cuál es la dureza real de toda esa parte previa del trazado y no estaba preparado para lo que venía después. A partir de aquí los parciales se van al cuerno.
Así pues, plan B. Sufrir sabía que sufriría así que decidí sacar la cámara en la tercera colina y disfrutar todo lo que pude del ambiente. En el llano conseguí recuperar algo y aunque parte de la Heartbreak Hill la hice andando pude correr bastante parte de la última subida. En el fondo cuando estás allí te das cuenta de que no son tan temibles como se dice. Pensaba que al coronarla podría recuperar el ritmo hasta meta en los 8 kilómetros que quedaban de “bajada” pero las piernas no podían del dolor. Era una sensación terrible ver que te costaba la vida mantener el ritmo a 5 incluso bajando.
Tocaba tirar de experiencia y comencé a ponerme pequeñas metas. El objetivo era correr un kilómetro y luego caminar unos metros mientras reordenaba la cabeza, me hidrataba y relajaba las piernas. Buscaba las botellas de agua que daba la gente porque a pesar de que cada milla hay avituallamiento no daba abasto para hidratarme. Miraba de vez en cuando el reloj y a pesar de que el tiempo no me importaba las 4 horas se avecinaban y me daba mucha rabia no conseguir bajar ni siquiera de esa marca, así que tocó hacer un último esfuerzo.
La recta de meta se hace eterna. Quieres llegar como sea para cruzarla y que se acabe pero a la vez te entristece porque sabes que has vivido algo único e irrepetible y llega a su fin. Acabo en 3:58:53. Ha ido por los pelos pero al final lo has conseguido. Hace 4 meses no podías dar 2 zancadas seguidas (literal) sin rabiar de dolor y ahora te están colgando en el cuello esa preciosa medalla, ese unicornio, que tanto significaba para ti.
Ya tienes tu unicornio. Sólo tú sabes lo mucho que has tenido que sufrir para tenerlo en tu cuello y no me refiero a correr esos 42 traicioneros kilómetros que separan Hopkinton de Boston.
Como dice un conocido América para los americanos, pero que me esperen una última vez allí que Chicago me hará completar la triada de las Majors americanas en 2020 si todo sale según lo planeado.
Aquí os dejo un pequeño video de lo que fue esta odisea:
Ahora mismo estoy muy lento, lejísimos de mis tiempos previos a la lesión pero me lo tomo con filosofía. Este finde vuelvo al triatlón para seguir aprendiendo en distancia sprint y en una semana toca volver al trail para hacer una de las etapas nocturnas en una prueba por relevos de 200km, la Garmin Team Trail.
Después del verano será momento de empezar a recuperar el nivel perdido sin prisa pero sin pausa.